11/9/07

FOTOGRAFIAR LA VIDA

Ya no podemos salir de casa sin llevar encima la cámara de fotos o de vídeo. Lo que antes era sólo el testigo de acontecimientos excepcionales es ahora un ojo omnipresente que todo lo graba, desde lo sustancial hasta lo accesorio. La expansión de las cámaras digitales permite hoy a cualquier individuo tirar cientos de instantáneas que podrá ver en la pantalla de su ordenador personal sin haber gastado un euro en su revelado. No es preciso ser selectivo.

El único límite viene impuesto por la capacidad de la tarjeta de memoria y por la duración de la carga de batería. Una nueva conquista del progreso que abre posibilidades insospechadas para el ocio y para la vida práctica. Un objeto de tamaño minúsculo se encarga de retener cada paso que damos, cada lugar que visitamos, cada rostro con que nos cruzamos, y dejar así testimonio icónico de nuestra biografía con el máximo detalle. Nada tiene por qué ser pasto del olvido: si quisiéramos, la cámara sería capaz de anotarlo todo para dejar a la posteridad el relato biográfico de nuestra existencia a escala 1:1. Lejos estamos ya de aquel asombro que hace más de un siglo hizo declarar a Émile Zola: «A mi entender, no podemos decir que hemos visto algo a fondo si no hemos sacado una fotografía de ese algo». Era la creencia de un escritor naturalista, obsesionado por la repro- ducción pormenorizada de la realidad y convencido de las ventajas del nuevo arte. Pero hoy aquella certeza ha empezado a desvanecerse. Cuando el turista regresa de sus vacaciones cargado de cedés con miles de imágenes, ¿puede decirse que ha «visto a fondo» los lugares que ahora muestra a sus amigos en tediosas sesiones de proyección? Si nuestros mayores registraban sólo los momentos estelares de su vida -el bautizo, la escuela, el servicio militar, la boda-, ahora no hay nada que no pueda quedar inmortalizado por el ojo fotográfico. Antes las fotos cabían en un simple álbum; ahora rebosan en una especie de superproducción hecha de secuencias muchas veces banales y sin relieve. Lo ha expresado bien Paul Virilio: «La fotografía ha abierto horizontes ilimitados a la patología del progreso, desde el momento en que nos incita a delegar en nuestras 'máquinas de visión' el poder exorbitante de mirar el mundo, de representarlo, de controlarlo». Basta observar cualquier pequeño acontecimiento doméstico -el cumpleaños de una criatura de la familia, por ejemplo- donde la mayoría de invitados abdica de su condición de pariente para formar un enjambre de paparazzis obsesionados por grabar todo lo que pasa. Al final resulta que vivimos los sucesos sin intensidad ni emoción porque estamos más pendientes de la cámara que del hecho en sí. Es como si nos dijéramos para nuestros adentros: «Ya me emocionaré cuando lo vea reproducido en el ordenador». La cámara se interpone entre la vida y nosotros. Preferimos ser testigos de lo que nos ha pasado en vez de actores de la función. O, dicho de otro modo, sólo somos protagonistas de la realidad virtual, reproducida, en vez de serlo de la realidad vivida. Pero esta pretensión tampoco colma nuestras aspiraciones. La sobrecarga de imágenes propias acumuladas en carpetas, cedés y deuvedés acaba haciendo de la vida una vasta enciclopedia, un enorme almacén de datos indiscriminados. Si los antiguos álbumes de fotos conservaban el encanto de lo selectivo y de lo sintético, los nuevos dispositivos de almacenamiento masivo producen montones informes de imágenes devaluadas por su propia cantidad. El fotógrafo amateur de la era digital sucumbe a una suerte de 'síndrome de Diógenes' que lo sepulta bajo una maraña de megapíxels sin identidad ni interés.Fragmentos de tiempoEl exceso de memoria anula la memoria. Cuando repasamos a velocidad vertiginosa todos esos retratos, paisajes y panorámicas donde se supone que reside el acta notarial de nuestras vivencias, nos asalta a veces la duda de haber estado ahí, de haber sido ese que al parecer fuimos, de haber aprovechado un tiempo del que no nos queda recuerdo real. ¿No seremos tal vez el producto de un montaje totalmente manipulado con Photoshop? Pero al fin y al cabo, eso son la fotografía y el vídeo: fragmentos de tiempo que no volverá. Piezas de un puzzle incompleto que vanamente tratamos de completar a base de vacío. Muchos testigos de accidentes de carretera cuentan algo cada vez más frecuente: cómo los automovilistas que se acercan al lugar detienen sus coches o reducen la velocidad pero no para prestar ayuda a las víctimas, sino para disparar sus cámaras. ¿No es acaso a eso a lo que invitan los periódicos que incluyen entre sus páginas espacios destinados a colocar fotografías de los lectores o a convertirse en periodistas por un día? Y, a cambio, la vida convertida en un espectáculo, en un 'reality-show' casero. Cualquier cosa con tal de vivirla virtualmente y no en su amarga, dulce, siniestra y tierna realidad

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Prefiero guardar la mayoria de las imágenes en mi memoria y no en la memoria de un ordenador porque mientras no me falle, mi memoria va conmigo a todas partes y en consecuencia esas imágenes, cosa que no puedo hacer con la memoria de un ordenador.
Si bien como decía García Marquez "el que no tiene memoria, se hace una de papel"

10:58  
Anonymous Anónimo said...

Hallo Javi!

Me ha encantado tu análisis...Me he acordado de las 500 fotos que ha sacado Mikel estas vacaciones!!! jejejej.
Bis bald!
Moni

13:58  

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